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IV |
IV El carruaje negro me trajo aquí, al odios Bicêtre. Visto desde lejos no le falta majestad a este edificio, que se despliega en el horizonte al frende de una colina, conservando en la distacia parte de su antiguo esplendor y algun aire todavía de palacio régio. Pero a medida que se vé mas de cerca, el alcázar se vuelve hospicio y no halla mas el observador que carcomidos y apiñados ornatos. Yo no sé por qué han de parecer siempre tan pobres y repugnantes estas fachadas de los palacio antiguos. No parece sino que sus paredes están cubiertas de lepra. Ya no hay ni vidrieras ni cristales e las ventanas, pero las cruzan en su lugar inmensas barras de hiero, por las que se descubre de cuando en cuando el semblante de un loco o de un galeote. He aquí la vida vista de cerca.
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